A 20 años de la masacre de la AMIA. Justicia, Justicia perseguirás. Por Edgardo Form

03/07/2014

La Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires acaba de aprobar una Ley por la cual se dispone colocar una clara señal de luto en el obelisco y en todos los edificios públicos de la ciudad los 18 de julio de cada año.

Esta iniciativa, votada afirmativamente por todos los bloques del Poder Legislativo porteño, tiene por objeto mantener viva la memoria de un hecho profundamente doloroso para toda la sociedad argentina que aún reclama verdad y justicia: el atentado criminal contra la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), perpetrado en la mañana del 18 de julio de 1994.

A 20 años de la masacre que arrebató brutalmente la vida de 85 personas y provocó centenares de heridos, aún no se sabe quién o quiénes ejecutaron esta acción terrorista, cuáles son los responsables de la llamada conexión argentina y la nómina de integrantes de la cadena de personas involucradas.

El crespón negro en el monumento emblemático de la Capital de la República no resuelve la impunidad ni clarifica los móviles de la masacre, pero será un llamado de atención hacia toda la ciudadanía, con el objeto de no olvidar que este trágico acontecimiento ocurrió aquí, entre nosotros, y que fue una agresión a todos los habitantes de esta tierra, más allá de sus pertenencias étnicas o religiosas.

Es importante enfatizar esto último, para no dar lugar a lecturas sesgadas que circunscriban el atentado a una confrontación que tiene lugar a miles de kilómetros de distancia. De ningún modo. Por eso destacamos la clara y firme postura del Gobierno Nacional a lo largo de la última década, cuyas declaraciones y presentaciones ante la ONU apuntan al esclarecimiento del acto criminal y el correspondiente castigo a los responsables.

Cada vez que se cumple un nuevo aniversario de aquel 18 de julio, recordamos con dolor los testimonios desgarradores de los familiares, compañeros y amigos de las víctimas fatales. Vuelven ante nosotros las imágenes terribles del emblemático edificio de la AMIA literalmente pulverizado por el estallido del coche bomba, con el despliegue de socorristas haciendo lo imposible para sacar los cuerpos mutilados de los escombros. También resuenan en la memoria profunda de quienes fuimos de algún modo testigos de esos momentos fatales, los llantos y gritos desesperados de quienes reconocían a sus seres queridos destrozados, o bien preguntaban con incontenible angustia si habían visto deambular en estado de conmoción a su esposo, su mujer o alguno de sus hijos.

Repasamos por estos días las palabras de quienes dieron muestras elocuentes de solidaridad, mientras los embargaba una inmensa tristeza. “Estoy mal, estoy triste, muy dolido y estoy con ganas de hacerme un espacio y un tiempo para reflexionar no sobre el dolor que lo tengo claro por qué es, sino sobre la manera de encontrar claridad para llegar a aclarar esta zona que tiene un ser humano, bastante incomprensible, que tiene que ver con apostar a la muerte, al dolor”, decía con lágrimas en los ojos por entones el actor Juan Leyrado.

Monseñor Jaime de Nevares, el recordado obispo de la Iglesia Católica Argentina, expresó ante una requisitorio periodística: “Esto es algo terrible, que no tiene ninguna faz que pudiera justificar de ningunísima manera, es un crimen que no tiene nombre”.

El periodista Eduardo Aliverti decía un día después del atentado: “hace dos años y un poquito una barbarie como la de ayer se cernió sobre la Embajada de Israel para que todavía haya que preguntarse qué investigación se encaró, cuáles resultados se obtuvieron”.

A lo largo de varios años, desde aquella mañana del 18 de julio de 1994, la agrupación Memoria Activa, integrada por familiares y amigos de las víctimas, se reunía en la Plaza Lavalle, frente al Palacio de Tribunales, para rendir un homenaje a los muertos y exclamar al término de cada encuentro, precedido por el sonido agudo y milenario del shofar, un mandato bíblico proveniente del Antiguo Testamento: “Justicia, justicia perseguirás”.

Pasaron dos décadas y el reclamo persiste, porque en este como en tantos otros casos, no habrá paz sin justicia para los muertos, pero tampoco para los que aún estamos vivos.