La era está pariendo un corazón. Por Edgardo Form

08/10/2013

Los discursos sobresalientes de mandatarios suramericanos, pronunciados durante la última Asamblea General de las Naciones Unidas, marcan un cambio de época. En efecto, las palabras de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, así como las de Dilma Rouseff, José Mujica y Evo Morales, reflejan una concepción de soberanía nacional y dignidad claramente diferenciadas de las “relaciones carnales” cultivadas durante la década menemista y aún antes.

Viene bien el título de la canción de Silvio Rodríguez para caracterizar este momento histórico. Porque convengamos que algunos discursos sobresalientes, pronunciados durante la última Asamblea General de las Naciones Unidas, marcan un cambio de época.

En efecto, las palabras de nuestra Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, así como las de Dilma Rouseff, José “Pepe” Mujica y Evo Morales reflejan una concepción de soberanía nacional y dignidad claramente diferenciadas de las “relaciones carnales” cultivadas durante la década menemista y aún antes.

La cultura de la dependencia y el cipayismo tienen raíces profundas en nuestro país y siempre es conveniente mirar hacia atrás en el tiempo, para comprender el presente y ayudar a transformarlo.

Mientras escuchaba el discurso de Cristina en la ONU, recordaba por ejemplo las palabras de Ernesto “Che” Guevara en la Conferencia de Punta del Este, cuando hablaba de que había llegado la hora de los pobres y los vilipendiados. Y también, claro, cuando dijo que al imperialismo no se le podía confiar “ni un tantico así”, simbolizando esto último con la unión de su índice con el pulgar de la mano derecha.

Pero vayamos más atrás en la historia. Corría 1810 y en vísperas del 25 de Mayo se discutía sobre la oportunidad y conveniencia de producir la ruptura con la dependencia colonial de la corona española, aprovechando la caída del Rey Fernando VII como consecuencia de la invasión napoleónica a la península ibérica.

En esas jornadas intensas y definitorias se confrontaban dos posiciones, más allá de los múltiples matices que, seguramente, existían de uno y otro lado de la contienda ideológica y política. Por un lado, los patriotas que bregaban por la independencia. Por el otro, personajes como Benito Lué y Riega, obispo de buenos Aires en la etapa final de la dominación española en América, quien fue un notorio opositor a la Revolución de Mayo y al proceso de la independencia, adhiriendo al bando realista.

A partir de entonces, un sector de la sociedad argentina conservó el pensamiento del obispo Lué, ya sea desde la estructura eclesiástica, en las Fuerzas Armadas, en parte de la dirigencia política y más recientemente en los medios de comunicación concentrados.

Esa vocación de lacayismo se hizo evidente, por ejemplo, durante el embargo a nuestra Fragata Libertad en el puerto de Ghana, como consecuencia de los recursos judiciales interpuestos por los fondos buitre.

En esa circunstancia, un grupo de referentes de los partidos del ajuste, cultores del paradigma neoliberal, propusieron hacer una colecta para pagarle a esos acreedores y recuperar el buque insignia. Obviamente, en una clara connivencia con los especuladores que pretenden hacer fortunas a costa del sacrificio de nuestro pueblo.

Algo del ADN del clérigo reaccionario y conservador permanece en el núcleo ideológico de la derecha contemporánea.

Pero volvamos a mirar el pasado. Otro gran emblema de la cultura de la dependencia fue el llamado Pacto Roca-Runciman, sobre el cual haremos una breve referencia para refrescar la memoria.

El tratado o pacto Roca-Runciman fue un convenio firmado por el vicepresidente argentino Julio Argentino Roca (hijo) y el presidente del British Board of Trade (el Consejo Británico de Comercio), Ser Walter Runciman, encargado de negocios británico.

Como producto de la crisis financiera de 1930, Gran Bretaña – principal socio económico de Argentina durante la década del treinta – tomó medidas tendientes a proteger el mercado de carnes incipiente en la Commonwealth, es decir, sólo compraría carnes a sus ex colonias: Canadá, Australia y Sudáfrica, entre otras. En ese marco, el gobierno del presidente Agustín Pedro Justo suscribió ese pacto, que el Senado luego ratificó mediante la Ley 11.693.

El 7 de febrero de 1933 la misión encabezada por el presidente de la República Argentina, Agustín P. Justo - en plena década infame tras el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 que derrocó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen – llegó a Londres, siendo recibido por Eduardo de Windsor, príncipe de Gales y futuro rey de Gran Bretaña. El 1° de mayo de 1933, Julio A. Roca y Ser Walter Runciman firmaron el pacto.

Tal era el espíritu de subordinación al imperialismo inglés que Roca llegó a decir sin sonrojarse, tras la firma del pacto, que la Argentina era una perla de la corona de su majestad británica.

Este dato de la historia da para mucho más, especialmente por la denuncia de los negociados valientemente planteada por Lisandro de la Torre, pero su relato minucioso excede el propósito de esta nota.

Ya dijimos que durante la década de los noventa del siglo pasado, la política de relaciones carnales con el imperio, en este caso norteamericano, fue uno de los rasgos distintivos del nefasto período menemista. Bastaría con repasar las crónicas de los encuentros entre Carlos Menem y George Bush (padre), con el derroche de adjetivos elogiosos, partidas de golf en el polideportivo de Olivos (como lo denominó Horacio Verbitsky) y balbuceos lamebotas en inglés con acento riojano.

Hay mucho más en los archivos como para constatar esa tradición cipaya, persistente en conspicuos actores de la política doméstica, varios de los cuales son candidatos y candidatas para ocupar cargos electivos a partir del 27 de octubre.

Como contrapartida, están las palabras y los hechos que confirman, también, la existencia de hombres y mujeres comprometidos con los genuinos intereses de la patria y nuestro pueblo.

Un hecho emblemático fue el acto multitudinario realizado en el Estadio Mundialista de Mar del Plata, en 2005, cuando por la inteligencia común de los recordados presidentes Néstor Kirchner y Hugo Chávez Frías se le dio sepultura al proyecto de sometimiento pergeñado por EE.UU. bajo el nombre de ALCA: el Área de Libre Comercio de las Américas.

“Alca al carajo”, dijo frente a una multitud entusiasta el comandante Chávez, mientras Kirchner le pasaba facturas a George W. Bush durante la cumbre de las Américas.

Fue, sin duda, un momento de ruptura trascendente, un golpe a la soberbia imperial y un paso decisivo en el proceso de integración regional.

Y mucho más recientemente, como dijimos al comienzo, nos conmovieron los discursos de los mandatarios que en el corazón de la primera potencia mundial, en la Asamblea General de la ONU, denunciaron los atropellos a la soberanía con acciones de espionaje, pero fueron mucho más allá. No trepidaron en recordar las invasiones, las muertes provocadas por el uso indiscriminado del arsenal bélico, el fomento del consumismo, la imposición de paradigmas, la promoción de golpes de Estado aún por estos días y todos aquellos actos que el gobierno estadounidense sigue justificando por el llamado “destino manifiesto”.

Como tituló a uno de sus libros la querida y siempre recordada Silvia Bleichmar, “No me hubiera gustado morir en los noventa”. Así es, porque nos hubiéramos perdido la vivencia de este momento maravilloso, cargado de impresionantes desafíos, pero con cambios y renovadas esperanzas impensables hace algo más de una década.

La lucha entre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer persiste. Es parte del conflicto cotidiano. Pero como no somos espectadores sino militantes de la vida, hacemos nuestro modesto aporte a la batalla cultural mediante reflexiones como esta, en una dosis homeopática, para ayudar a que la era siga pariendo un corazón.

Publicado en La Tecl@ Eñe, Revista Digital de Cultura y Política. Octubre de 2013