La Tecl@ Eñe, Revista Digital de Cultura y Política
La mente y la conducta humana tienen una complejidad que excede las pretensiones de esta nota, escrita en vísperas de un nuevo aniversario del fatídico golpe de estado del 76. Nuestro propósito no es indagar en los laberintos de la psicología que llevan a perpetrar atrocidades, sino reflexionar brevemente sobre la necesidad de preservar la organización y la lucha consecuente por la Memoria, la Verdad y la Justicia, porque puede volver a suceder.
Por Edgardo Form
“Ha sucedido, y es, por consiguiente, que puede volver a suceder”. Así se refería el escritor judío italiano Primo Levi, sobreviviente de un campo de exterminio nazi y autor de Si esto es un hombre, a la Shoa.
El autor de este texto conmovedor no se equivocaba y la historia posterior a la Segunda Guerra Mundial confirma su afirmación. Volvió a suceder. Ocurrió con las “limpiezas étnicas” en la ex Yugoeslavia, en países africanos, durante la sangrienta represión francesa en Argelia y aquí, en la República Argentina, durante los años de plomo de la dictadura cívico militar. El terrorismo de estado instalado a partir del 24 de marzo de 1976 y aún antes, con la acción criminal de la nefasta Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) fueron la versión más reciente de los métodos para suprimir físicamente a decenas de miles de personas, instalar el terror en la sociedad y, en definitiva, poner en marcha proyectos económicos, políticos y culturales inspirados por los sectores minoritarios del privilegio.
En todos los casos, los ejecutores de la tortura, la desaparición y la muerte eran individuos de carne y hueso, padres de familia, mayoritariamente creyentes – católicos practicantes y de misa diaria o semanal, entre los genocidas argentinos -, convencidos de que aplicar la picana eléctrica y arrojar a los secuestrados anestesiados al Río de la Plata o el mar desde los aviones era un acto patriótico y bendecido por los vicarios de Dios.
Hasta el día de hoy, en los juicios que se llevan a cabo a los militares, los civiles y clérigos que perpetraron las peores aberraciones de lesa humanidad no demuestran gestos sinceros de arrepentimiento. Más aún, muchos de ellos afirman con soberbia que lo volverían a hacer.La mente y la conducta humana tienen una complejidad que excede las pretensiones de esta nota, escrita en vísperas de un nuevo aniversario del fatídico golpe de estado del 76. Nuestro propósito no es indagar en los laberintos de la psicología que llevan a perpetrar semejantes atrocidades, sino reflexionar brevemente sobre la necesidad de preservar la organización y la lucha consecuente por la Memoria, la Verdad y la Justicia, porque puede volver a suceder.
“No olvidar, no perdonar, por nuestra y vuestra dignidad”, acuñaron con heroísmo los luchadores que se alzaron en armas contra la opresión nazi en el Gueto de Varsovia. De eso se trata, porque los únicos que pretenden ocultar el pasado y arrojar un manto de olvido sobre el espanto que ha dejado heridas abiertas hasta el presente – y que seguirán sin cerrar mientras no se avance con el juicio y el castigo a los responsables materiales e ideológicos de la masacre – son los que añoran aquellos métodos para frenar las luchas populares e impedir la construcción de sociedades con democracia participativa y distribución equitativa de la riqueza.
Por estos días, las acciones desestabilizadoras de los grupos económicos concentrados y sus voceros mediáticos aquí, en Venezuela y Ecuador, entre otros territorios en disputa, son señales claras y contundentes de que los restauradores del neoliberalismo y el dominio absoluto del capital financiero están al acecho. Y lo peor es que su prédica ha calado hondo inclusive en sectores que, objetivamente, son las víctimas potenciales de tales políticas.
Ya lo dijo el recordado Julio Cortázar en 1980, con su prosa maravillosa y su compromiso con los valores éticos de un genuino humanismo: “Lo irracional, lo inesperado, la bandada de palomas, las Madres de Plaza de Mayo, irrumpen en cualquier momento para desbaratar y trastocar los cálculos más científicos de nuestras escuelas de guerra y de seguridad nacional. Sigamos siendo locos, madres y abuelas de Plaza de Mayo, exiliados de adentro y de afuera. Sigamos siendo locos, argentinos; no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la verdadera patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo”. (1)
Termino estas líneas cargadas de inevitable preocupación por las turbulencias del presente, con las palabras pronunciadas por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en su discurso del viernes 21 de febrero último, en referencia a la situación planteada en la hermana República Bolivariana de Venezuela: “Extendemos nuestra mano solidaria a todo el pueblo venezolano, recordando que no hay nada más importante para todos, para los que piensan como piensan, hayan votado como hayan votado, que no hay nada más importante que el respeto a la democracia y la paz. Porque respetar la democracia, respetar la voluntad popular y porque respetar la paz sumado al respeto a la democracia, es en definitiva respetar la vida. Queremos que se respete la vida respetando la democracia, y habrá oportunidad si ahora no les tocó ganar las elecciones, en un próximo turno electivo, presentarse nuevamente a elecciones. Las elecciones son así, se ganan o se pierden, pero no de puede por haber perdido una elección poner en vilo a un país y también poner en vilo a una región que ha sido declarada hace muy poco tiempo por la CELAC como una región de paz. Se lo pedimos encarecidamente a todos. Y también que las manifestaciones verbales o las manifestaciones políticas que cada uno tiene derecho a hacer, o las manifestaciones de caminar, de accionar, se pueden hacer sin violencia, sin agresión, que cada uno dé su opinión, pero por favor sin violencia y sin agresión, porque la violencia siempre engendra mayor violencia, aunque sea verbal. Tenemos que ser un poco más tolerantes con nuestra lengua, con nuestras acciones y no contribuir a avivar fuegos que no son de la región, sino que tal vez son agitados por vientos que vienen de otros lados. No seamos tontos, por favor, seamos inteligentes y ayudemos a contribuir y a construir esa paz, porque la paz también se construye cotidianamente todos los días con nuestras palabras y nuestras acciones”.(2)
A estas definiciones expresadas por nuestra Primera Mandataria, sólo podría agregar que no hay paz sin justicia y que la democracia se defiende con participación popular, solidaridad y justicia social.
1)Reproducido de “La Rebelión de las Madres . Historia de las Madres de Plaza de Mayo – Tomo I (1976-1983), de Ulises Gorini. Grupo Editorial Norma.
2)Reproducido del artículo “No matarás”, de Hernán Brienza, en Tiempo Argentino del 23 de febrero de 2014.