La Ronda de Doha es, supuestamente, una gran negociación para liberalizar el comercio mundial en especial en lo que se refiere al capítulo agrícola. Nació con el siglo XXI y su objetivo declarado es el de “mejorar el desarrollo con un comercio justo”, todo esto, claro, dicho con unas inmensas comillas. Porque desde el inicio de lo que se trató es de entregar los mercados mundiales a las grandes multinacionales.
En este sentido el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz advirtió recientemente que pese al nulo resultado de la Ronda de Doha se están preparando nuevas negociaciones que incluirán dos enormes acuerdos regionales, uno transpacífico y el otro transatlántico. Ahora bien, hay que recordar que desde su origen estas negociaciones chocan contra la negativa de Estados Unidos a eliminar la subvención a su agricultura. Y como bien advierte Stiglitz esta es una situación que debería ser parte de cualquier negociación que se precie de tal, sobre todo si se tiene en cuenta que el 70 por ciento de los países en vía de desarrollo dependen directa o indirectamente de la agricultura.
“Parece claro —señaló Stiglitz— que las negociaciones para crear una zona de libre comercio entre los Estados Unidos y Europa y otra entre los Estados Unidos y los países del Pacífico menos China, no van encaminadas a crear un verdadero sistema de libre comercio, sino que es un régimen de comercio al servicio de los intereses de los poderosos”.
Hay principios básicos que se deben respetar para que un acuerdo sea realmente un acuerdo. Por un lado debe ser simétrico, lo que vale para uno vale para el otro. Además ningún acuerdo comercial debería colocar los intereses comerciales por encima de los nacionales. Y por último debería haber un compromiso con la transparencia. Nada esto ocurre con los tratados de libre comercio que suscribe Estados Unidos y mucho menos los habrá en el caso de lograr conformar esos dos grandes bloques.
El Nobel de Economía aseguró que “si se creara un régimen de libre comercio auténtico, en el que se concediera a las opiniones de los ciudadanos de a pié al menos tanta importancia como a las de los grupos de presión empresariales, podría sentirme optimista. Sin embargo, la realidad es que tenemos un régimen de comercio que coloca por delante los intereses empresariales y que no es ni democrático ni transparente”. Stiglitz cierra irónicamente su análisis: “es poco probable que el saldo favorezca al los estadounidenses de a pie, pero la perspectiva para los ciudadanos de a pie de otros países es aún más desoladora”.
Para la Argentina sigue siendo tiempo de atender nuestro juego y continuar apostando a la integración regional y mantenernos lejos de esta ronda, en la cual, a todas luces, las multinacionales del comercio de granos y los países poderosos del globo son los únicos que ganan.