Tiempo Argentino - Opinión
La catástrofe provocada por las inundaciones generó como contrapartida una verdadera catarata solidaria. Miles de ciudadanos y ciudadanas, especialmente jóvenes, se desplegaron en la zona del desastre con indudable vocación de servicio y amor al prójimo.
Con mayor o menor grado de organización, los voluntarios aportaron sus mejores energías para mitigar las consecuencias del anegamiento, procurando que la mano tendida generosamente llegara sobre todo a los sectores más necesitados.
Así, hubo chicas y muchachos que no dudaron en cargar colchones, bidones de agua mineral y mantas. También recogieron toneladas de basura e hicieron lo imposible para trasladar a los damnificados hacia lugares seguros.
Entre los socorristas hubo quienes llevaban crucifijos colgados de sus cuellos. Otros portaban camisetas con los símbolos de sus organizaciones políticas o sociales. Todos, de un modo u otro, procuraban que la simbología de su pertenencia les diera identidad, fuerza interior y espíritu de cuerpo. Esa es una de las formas en la que exteriorizamos nuestras ideas y más aún, nuestros mejores ideales. Sobre todo, en momentos difíciles como estos, en los que se ponen a prueba las convicciones y la voluntad de hacer por los demás.
Eso es militancia. Pura pasión y coraje. Y es mucho más que partidismo. Es la forma en que el Estado puede llegar a los intersticios de la sociedad. Es uno de los caminos para acortar la distancia entre el poder institucional y la ciudadanía. Y si bien la historia de nuestro país tiene innumerables ejemplos de altruismo en circunstancias de crisis, el protagonismo de la muchachada en estos momentos es parte del nuevo tiempo político iniciado a partir del 25 de mayo de 2003.
Por eso hay que celebrar la presencia masiva y entusiasta de la juventud, porque además de ser nuestra proyección hacia el futuro, son parte inseparable de un presente cargado de esperanza.