El debate por la deuda y por los fallos a favor los buitres pasó largamente los límites de la Argentina y adquirió un carácter mundial. Y está bien que así sea. Es que la cuestión ya no es solamente un tema de si el juez Griesa permite que la Argentina pague a los acreedores que aceptaron la quita o falla —como lo viene haciendo— en favor de los buitres. La cuestión ya se transformó en una pelea por un nuevo orden económico mundial. O para ser más precisos en el intento por profundizar un orden económico que viene de los años 70, que se afianza en los 80 con la llamada crisis de la deuda y que tiene su máxima expresión en los 90 cuando, desaparecida la Unión Soviética, ya no hubo un contrapeso para el bloque del poder financiero dominante.
Hoy —como decíamos— el debate trascendió nuestras fronteras porque el gobierno argentino inteligentemente llevó la cuestión, por ejemplo, a la OEA y al G 77 más China. Porque logró el apoyo de Obama, de Francia, de Rusia, de la Unasur y de la Celac. Está claro que solo con declaraciones de apoyo no alcanza y quizás sea necesario que la solidaridad internacional se traduzca en cuestiones más concretas. Ahí encontramos una debilidad especialmente de Latinoamérica que en estos años no supo dar ese salto que la llevara a materializar proyectos como el Banco del Sur. Qué diferente hubiera sido esta crisis con los bonistas y los buitres si la Argentina pudiera haber contado con el respaldo de esa entidad que soñaron Néstor Kirchner y Hugo Chávez.
Ahora, volviendo al tema del debate, lo concreto es que Argentina representa un modelo que, a través de las políticas de desendeudamiento de 2005 a esta parte logró esquivar el cerrojo que los poderes financieros históricamente tenían sobre la política económica local. Cualquiera recuerda cómo en los 90 las comisiones del Fondo Monetario Internacional llegaban al país para monitorear que el plan económico del poder financiero se aplicara al pie de la letra.
Más allá de cualquier discusión es innegable que la relación deuda-PBI se redujo notablemente en la última década y que además la deuda ya no está mayoritariamente en manos de inversores institucionales del exterior sino que una porción importante es hoy intraestado. Y eso sumado al crecimiento económico, a la recuperación del patrimonio público, el empleo y los derechos de los trabajadores, da como resultado que para el poder financiero internacional la Argentina sea un muy mal ejemplo. No parece ser una casualidad del destino que el juez Griesa, evidentemente consustanciado con los valores del poder financiero internacional con sede en la Quinta Avenida, quiera hacer tronar el escarmiento para una Argentina camino a convertirse en el ejemplo a seguir para quienes quieran dejar de lado las frustrantes recetas del neoliberalismo.